La diferencia entre yo y yo y tú y el que serás en unos días, cuando sepas que no he muerto, amada Maclovia.


Si quieres matar a una cabra, bailaré como persona con sombrero de copa en verano español, junto a mi madre la mujer que dormita con sus ojos marruecos, tan pulpa de mar, tan poco corrientes... Y suspiras misteriosamente, como si nada fuera a suceder, como si todos los días de tu vida parecerías una piltrafa, un adonis de la miseria humana; quiero besar tus señoras pies que se han vuelto raíces y se mecen con la música purísima de los ruiseñores de octubre... antes de que llueva muerte, muerto, moriré como todo lo que toca el suelo y no despierta jamás, objeto turbio, objeto que desaparece, que se cambia por otro nuevo, por algo estúpido que se ahoga en lagos repletos de llanto asesino, humano espectro. Mi infancia se ve revuelta, mis piernas señoras cruces, mis brazos piedras, mis ojos lobos y dentro de mi no cabe duda, no cabe nada, porque se llenaron de ti, de tu sentido y con eso me envuelvo dentro de lóbregas tumbas, siniestras pesadillas de niños y ruidos... Qué lujuria me asalta, se los juro, señoras peligrosas, rotos sucesos que me hacen pensar que no sea todo una mentira. Conjuras con tus manos una duda, una pesada conciencia, una sucesiva monotonía de virgen, de santo que matan, de martír, de sucio martír por locura. Vimos atardeceres que lo mezclan todo y pareces inmerso en una ilusión creada por el otro y viceversa, ciclicamente hasta encontrar que todo es otra cosa: todo fue absurdo. Ya pasó todo, inútilmente se nos mecerán las cejas... Soy ingenuo, somos hombres que cargan sobre sus hombros las mentiras de sus padres y abuelos, eternamente, en forma de infinitos que devoras como pretzel; todo es simple, así. Así ha sido siempre, así seguirá siendo.

 
 
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