God is a Cowboy.


No tiene usted la nota aguda, y la grave se esfuma con amarilla melancolía. Mira que el cielo se mueve al sur, o al norte, o al infinito donde se funde con todo. Él también muere, no somos nada.

Las rutas que me enderezan. La carne llena de amor. Las rojas marcas del muerto. Locuras que parecían adolescentes. Rutas que no conoces pero que se han vuelto caminos y los caminos-entre tanto- juega con mi sexo, con ese bastardo encanto de la pérdida, de la excomunión con un ser que se va olvidando, porque el también es historia endulzada de tristes palabras de consuelo: no eres eterno. Cae como agua fría en mi cabello espumoso por el animal marino que habite algún día, porque los Dioses que ellos rompieron, despiertan todas las noches a menear los cables que nos sostienen de la energía, de las oraciones que quiebran las barreras de lo incierto y del persistente silencio de las bestias que no duermen, porque son manipuladas por ti, un cruel salvador de las buenas costumbres… No hay nada que temer, no hay nada. No hay nada que temer, las piedras. La ropa que se rompe. La basura que olvidamos. La gente que se despierta. La muerte que se despierta. Los gatos maullando.

El fin de este mundo tan oprimido. Los abrazos. Lobos. Dios. No. Gárgolas que son mujeres perdidas en las uñas, en lo sucio. El menor deterioro, mira, loros, ruido que nos penetra con sus garras de metal, sus garras que arden dentro de su cuerpo. Mira, no, calla… Siente el terror de las aves, de los niños que asustados vagan por la calle oscura, mientras tú, ingenuo, lejano al verdadero dolor humano, huyes con máscaras paganas, bebiendo y gimiendo… olvidando todo, todo lo que uno es y nunca podrá lograr… lloriqueando por que tu también te has sentido delincuente, lleno de culpa y de frases que cortan relaciones, que atan al cinismo y otras ciencias absolutas que solo me-te-matan. Piérdeme el respeto mientras te ves y te hablas a escondidas, porque temes que alguien sepa que no puedes parar de gritar con ese dulce sabor a ciruela en tu llanto. Sabes que disfrutas del dolor porque no es tuyo, es de todos pagas por existir desde el infortunio y las malas costumbres, los ritos obsoletos, manías que no ven luz porque somos expertos en guardar, en coleccionar figuritas que generen comezón durante las noches de insomnio… No, me voy, porque te quedas me esfumo, somos rutas que van al oscuro final de una quebrantada podredumbre. Fuego. Polvo. Miseria, escombros, muerte, gritos y flores que se detienen en seco frente a una muerte oportuna y siniestra a la vuelta de la esquina que no existe, de las cosas que no tuvieron porque y de los nombres oportunos que te han puesto: hombre, eres perfecto, risas, risas… Risas. Risas fatuas. Tu. Un conejo, dos, tres conejos que se orinan en las mesas de los reyes y que nadie los ve, porque solo los conoces tú, tú. Mi alma no es su alma, ni la de nadie melancólica criatura que defeca sus dolores en el prójimo, bañando con sangre sus palabras escondidas, el lamento de los muertos que olvidas cuando eres mentiroso, mentirosa. Tú.

 
 
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