The First Mourning, de William Adolphe Bouguereau.
Como me gustaría huir, dejarlo todo y salir corriendo con solo una maleta, una donde guarde un poco de mis ropas y mucho de mis cuentos. Corro, me agito, busco, pierdo… y nada, cuando de pronto, súbitamente me detengo un instante, todo parece valer exactamente nada. Seguro es difícil de entender, yo no puedo. Lo que sí creo es que en esa irreverente búsqueda me encuentro poquito a poco, dentro de maremotos y absurdos pasajes, entre viajes silenciosos y gritos que no escapan porque se van al abismo, del que tanto he hablado últimamente. Miro y miro y no veo nada. Gente, historias, fotografías, excremento, incómodos momentos con aquello inalcanzable, visiones que imitan la soledad de las aves, yo y aquello que no se que pasara.
Me he quedado solo por que así lo deseo. No quiero que de mi boca salga esto. Sale así y se muere, no me importa; tengo un hueco duro de cerrar, un pozo difícil de tapar y si lo tapo… no sé, me asusta. Ni mis pies, ni mis manos, ni ese cabello que se mezcla con los vientos fríos de las mañanas en que me levanto y solo pienso en lo que pudo ser y jamás será. Pienso que algo debería detener este río de pena que bajo, muy bajo, donde la raíz, cerca de la medula y las cosas infinitas sin nombre se hace puro y cada vez más real.
No digo nada porque sencillamente no tengo ganas de decir nada. Si no lloro o hago algo que cualquiera haría es porque no puedo, no. Y ahí, cerca del cielo que no puedo ver y de esa luna que cuando la veo le canto en secreto mientras me escondo de todo el mundo, seguramente cuando finjo recoger algo o pensar en colores y maravillas: la verdad es que no soy tan maravilloso, soy una esfera que gira de la misma manera que el mundo, pero más solo que él.
Sí, quisiera que todos aquellos que viven bajo mi almohada vinieran a esta mi realidad y no solo flotaran en la nebulosa y espectral imagen del recuerdo; pero tampoco es verdad que fui tan feliz con ellos, cuando estaba ahí, junto a sus características manías y paradojas, los llegue a maldecir, cosa de la que ahora me arrepiento tanto. Que asco, un ser incompleto que no puede más que repetirse lo patético que es; eso, p-a-t-e-t-i-c-o, hoy todo el día se repitió como una extraña cantaleta en mi cabeza.
No me satisface despertarme temprano, ni estudiar, ni amar, ni trabajar como idiota, ni pensar, ni comer, ni beber, ni soñar… ¿Cómo se le llama a este estado? ¿Caos? ¿Dios?
¿Vacuum?
Antes que nada, sépase que no me iré. No puedo-risas- a esto me refiero, ni cuando deseo con toda el alma huir, puedo. Ni tengo dinero, ni formas, ni cuerpo, ni ganas, ni alma. No tengo nada. ¿O sí?
Perdón, es que no tengo otra manera de aullarlo. Perdón por ocultarlo.